Argentina y Alemania van a jugar otra vez en cuartos de final, como ocurrió en el Mundial pasado. Y repetirán, a su modo, las finales de México ’86 e Italia ’90. A tan escasas horas de lo que ya es un clásico internacional, no hay dudas de que el DT ya tendrá tramadas todas sus tácticas y estrategias…
(El DT alemán, digo, que para eso le pagan).
El Diego, sobrehumano como es, seguro anda en tareas un poco más colosales que esas menudencias terrenales: su misión es nada menos que convocar a las musas –ni siquiera a las suyas, sino a las de sus muchachos– y eso sí que no se arregla con pizarrones ni indicaciones al paso.
Y como la magia bien puede ser el fruto de una energía colectiva, no deberíamos dejarlo solitario en la tarea, sino hacer el siempre silencioso aporte de nuestros hechizos para sumar a la causa. Por lo menos si el asunto de verdad nos importa.
Ya demasiado sabemos ese cuentito de que las brujas no existen, así que tomémonos el trabajo de conocer y demostrar que las hay, las hay… Más allá de la Bruja en cancha, vamos a necesitar en estas horas de los mejores augurios.
Podríamos, en nuestra nochernícola vigilia de la mañana sabatina, curar el insomnio con fantasías que nos depositen en la gloria.
Deberíamos, para ello, ahuyentar los altos fantasmas de Rumenigge y Rudi Völler merodeando el área chica; y en cambio llamar las ánimas de la solidez y la reciedad para tatabrownizar a Demichelis, y si está demasiado alemanizado prometerle sólo pagos en aplauso por productividad, o llegado el caso amenazarlo con secuestrarle a su chica Anderson, que no será Pamela pero casi.
Debiéramos armar un gualicho sudaca para espantar el espectro del papelito de Lehman y sus fatídicos penales, triste fusilamiento deportivo; y en cambio debiéramos emplazar en nombre de la patria la burruchaguizada corrida memorable de ese otro cósmico barrilete que apareció sobre la hora en la tarde del Azteca.
Hay que gambetear los injustos espantajos del mejicano Codesal –que mejor se dedique a la medicina– sancionando aquella jugada a pedir de Brehme y que ahí entendimos porqué la llaman pena máxima; y hay que invocar los filosofogoleadores espíritus valdanísticos para estar en cualquier lado de la cancha si hace falta: multiplicar es la tarea.
Hay que aventar las visiones del patadón para roja que dio Pedro Monzón, de la inoportuna caída del Pato Abondanzieri, de las mismísimas lágrimas diecesanas en Italia, para citar a los duendes del cabezazo de Ayala, de la fiesta austral del ’86 y hasta del misterioso zapatazo que Hernán Díaz sacó de no se sabe dónde una tarde amistosa.
Hay que expulsar aquella imagen 06 del Messi sin infancia, puchereando sentado, ensimismado o eningunado, con sus auriculares sin vuvuzelas y su chile globo azul celeste, lejos de su equipo y de los sueños; para reconvertirlo en gambeta 10, rebeldía juvenil, cintura argenta, zurda diabla y al fin gol, sea de penal o de lo que fuera.
Argentinos, a las cosas: tenemos tarea para la noche previa. Y si en una de esas, entre embrujos y fantasías, logramos salir del estado de desvelo, cerramos los ojos y nos dormimos, no lo dudemos: soñemos que podemos. Y podremos.
2 comentarios:
Y como el buen ejemplo empieza por casa, antes de dormirnos, con la celeste y blanca puesta, le tenemos que entrar a la vieja y en el momento sublime gritar fuerte, bien fuerte: Goooooooooooolllllllll!!!!
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