sábado, 19 de junio de 2010

Blancos, negros y grises

¿Vos eras de los que a principios de los '90 decía que ya empezaban a venir los años en que los países africanos se iban a quedar con todos los mundiales, porque no habría forma de pararlos?
¿Asististe, aunque sea como espectador, a las loas que se le hacían a la raza negra, anticipando victorias sin esfuerzo ante europeos y sudamericanos?
¿Escuchaste las argumentaciones sesudas y científicas respecto de la supremacía que habría una vez que dejaran de lado su presunta inocencia y entendieran que el fútbol es para vivos?
Ajá.
¿Y ahora viste irse a Camerún, el primer eliminado del Mundial, dando pena, un equipo lastimoso, ni siquiera rebelde frente a la adversidad?
¿Observaste lo poquitito que tuvieron para mostrar los otros, empezando por los nigerianos que, contra Argentina y contra Grecia, demostraron que en vez de jugar cada vez mejor juegan cada vez peor?
¿Detectaste la modestia de los locales? ¿Te preguntaste cómo hizo Argelia para llegar a esta instancia? ¿Te parece, como antes de que comenzara todo, que de veras Costa de Marfil le puede hacer un poco de fuerza a Brasil, o que Ghana se las bancará con Alemania?
Ajá.
Y ahora, que está como casi demostrado que los africanos no son precisamente los grandes cucos que nos anticipaban los Nostradamus de la redonda, ¿no te tienen cansados los especialistas que dicen que eso ocurre porque perdieron su frescura, su fútbol salvaje, su naturaleza?
¿Pero cómo: no era el abandono de todo eso, el enterramiento de su inocencia, lo que los iba a conducir al éxito?

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