Nada nuevo bajo el sol, amigos: ahí está Brasil, que es el de siempre, el pentacampeón que por algo será; el que tiene los mejores jugadores; el que se alegra de ser como es, el que ataca más allá del verso de que la dunganización lo convirtió en sistemático y defensivo.
Le pasó el trapo a Chile: fue 3 a 0 porque el partido quedó definido enseguida y prefirió perdonarlo y cuidar a sus tres estrellitas de ataque. Pudo ser un marcador más abultado, aprovechando también que la consabida honestidad brutal de Marcelo Bielsa iba a preparse para el partido como si fuera de igual a igual y no planeando otras metodologías de estorbo para esos deliciosos jugadores de fútbol.
Eso no debe impedir una certeza: en el principio no sonaba tan fácil, los caminos verdeamarelhos encontraban algún obstáculo en la presión de un Chile con la autoestima más alta que nunca en su historia.
El derrumbe acaeció, entonces, de un modo que Brasil también guarda en su guantera repleta de recursos: la pelota parada. Centro perfecto y cabezazo rotundo de Juan, uno de esos defensores altos que vienen desde el fondo y dan miedo en el área rival.
Luis Fabiano, animal del área, hizo una parecida a la del Pipita Higuaín para poner el 2 a 0 en un contraataque magistral que hay que ver mil veces, sobre todo por el movimiento sabio y veloz de ese jugadorazo (¿el mejor del mundo?) que es Kaká: picó 25 metros sabiendo exactamente el lugar en el que debía ponerse y calculando tiempos, espacios y lugares para tocarla de primera sin que el goleador quede en off-side. Kaká es un monstruo, completito y redondo como jugador: es capaz de gambetear y tiene una velocidad de sexta marcha, pero mucho antes que eso -mucho mejor que eso- tiene una concepción del juego como un hecho colectivo que le hace ser un maestro de la sencillez para aprovecharse de las virtudes de sus comapañeros y de los defectos del rival.
Después llegó el gol de Robinhio, que hasta entonces no había hecho mucho, para demostrar que hasta cuando juega mal define cosas.
Al margen de sus individualidades de ofensiva, Brasil es el gran gigante otra vez porque respeta su historia: es sin dudas el mejor equipo desde el punto de vista técnico; todos sus jugadores tienen buen pie y una pegada que a cualquiera de los que estén en cancha lo hace candidato a un golazo de media distancia al estilo Carlitos Tévez contra México.
Otro detalle: hasta este partido, Felipe Melo -por decirlo de algún modo, su Mascherano- parecía insustituble. No estuvo y no se notó. Otro que había sumado grandes porotos surcando la banda derecha fue Elano (hizo 2 goles en la primera ronda). Tampoco estuvo y Dani Alves lo suplantó a su altura, o mejor.
Por la contra, debe decirse que el recambio que parece tener en ese sector del campo es posible que no lo encuentre arriba, y de ahí la decisión de Dunga de hacer descansar a su tridente. Para seguir con los burdos ejemplos: Messi-Higuaín tienen en Agüero-Milito reemplazantes más incisivos, peligrosos y parejos que lo que parecen Nilmar y Baptista.
Chile hizo unas aproximaciones sobre el final, con el partido ya liquidado. Poco y nada. Pero la verdad que fue más de lo esperable para el Chile histórico, que tuvo la mala suerte de cruzarse tan temprano con los dos máximos candidatos al título (el otro fue España), de quedarse con el goleador rengo (Chupete Suazo) y de sumar suspensiones fruto de la entusiasta enjundia a la hora de meter presión.
Más allá del resultado, Bielsa logró algo magistral: convenció a sus jugadores de una idea generosa y los comprometió tanto con esa ambición que para darse cuenta de que no eran realmente un equipo grande tuvieron que caer nada menos que ante dos gigantes.
El revés de esa trama puede analizarse también así: Chile fue un equipo muy convencido, tal vez el más convencido de todo el Mundial, pero a la vez convencido de una falsa verdad, porque nunca fue cierto que pudiera estar a la altura de los más grandes.
Brasil ya había sorteado sin obstáculos su grupo. Todos sabemos que le gusta ir de menor a mayor, va acomodándose a la competencia, haciéndose amigo de la pelota: venció sin convencer demasiado a Corea del Norte, ganó claramente con Costa de Marfil. Y con Portugal (0-0) exhibió sus mayores problemas: ese día aparecieron grietas defensivas, espacios aprovechables en las espaldas de sus laterales Maicon y Bastos (casi dos atacantes, que por lógica otorgan alguna ventajita a la hora de protegerse): Holanda, con Roben y sus inquietos mosqueteros de ofensiva, puede hacerle daño en los cuartos de final.
Otro punto en el que Brasil parece en deuda es su capacidad de reaccionar ante la adversidad. Así como en el rubro de la técnica roba por escándalo a cualquiera, en el partido de los ánimos puede dejar algo que desear. Los campeones también tienen que dar muestras de templanza. Hasta ahora a Brasil no le ha tocado ir en desventaja, ni sentirse dominado o sin el control del partido, pero en algunas ráfagas de sus choques con Costa de Marfil y Portugal -e incluso en los primeros minutos contra Chile- puso en evidencia algunas muestras de intolerancia que si se repiten le pueden jugar en contra.
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