lunes, 14 de junio de 2010

Tres insufribles

La pelota. La mentada Jabulani es picante, picona y saltarina. Inmanejable, por momentos transforma el fútbol en otro juego. No sólo complica a los arqueros, algo que ya se sabe desde hace tiempo y que al fin de cuentas no importa tanto como que complique a los jugadores de campo. Tiene una influencia central en el desarrollo de los partidos y, entre otras cosas, hace absolutamente desaconsejable los pases largos. Un amigo mío dice -a lo mejor con razón- que si en vez de la Jabulani hubiera sido una pelota más o menos normal, Messi e Higuaín hacían el sábado los goles que esta vez fallaron, pero que todos los fines de semana gritan en España.

Las vuvuzelas. No es tanto drama que el ruido sea infernal, sino la continuidad que adquiere a lo largo de los 90 minutos, sea en el partido que sea: un Brasil-Portugal con todo el entusiasmo o el Nueva Zelandia-Eslovaquia previsible como un empate aburrido de mucho pelotazo, choque y corte. Las vuvuzelas suenan todo el tiempo y es un misterio, al fin y al cabo, quiénes las hacen sonar y cómo ostentan semejante resistencia. Desde ya que es un disparate la ocurrencia de prohibir el sonido de los cornetones. Esa medida absurda no se sostiene ni siquiera con el argumento de que no se escuchan las indicaciones de los DT. Pero que las malditas cornetas son insoportables, no hay quien lo dude. Ese ruido constante, monótono, suena como fondo de todos los partidos y hasta termina confundiéndose con algún defecto de la transmisión satelital. Desde la ola mejicana en el '86 -y quizá también desde antes- cada Mundial tiene su pelotudez, y lo peor de todo es que en el mundo globalizado se impone para el resto de los países: las vuvuzeras ya empiezan a sonar en Argentina, y hasta están a la venta en algunas esquinas de Santa Rosa.

La estadística. Es una idiotez diseminada sobre todo entre los periodistas que no tienen mucho que decir, o aquellos que a falta de conceptos o ideas claras apelan a cualquier numerito que tienen a mano. Pero a partir del impresionante trabajo de la FIFA con números sobre todas las selecciones y todos los jugadores, apelar a referencias numéricas se ha vuelto no sólo una costumbre, sino un recurso de extrema facilidad. Lo peor de todo es que la mayoría de las veces los que apelan a las estadísticas se refieren -con curiosa obsesión- a la cantidad de kilómetros que corrió cada jugador. No se entiende porqué es que los comentadores prefieren explicar que tal o cual volante recorrió 10.564 metros en 87 minutos antes que fijarse en la cantidad de tiros al arco que hizo, o en el promedio de pases bien dados. Además, los números explican si ese jugador corrió mucho o poco (relativamente), ¿pero de qué modo se mide si corrió bien o mal? Después de todo, ya lo dijo Humberto Eco: "la estadística es aquella ciencia donde si una persona comió dos pollos y la otra ninguna, dos personas comieron un pollo cada una".

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