Para la Selección Argentina, en el Mundial hay dos resultados posibles: salir campeón o no salir campeón. Uno de esos dos ocurrirá seguro.
Si se da la opción A, es decir un triunfo de Argentina, brotará un júbilo colectivo, las calles se inundarán de gente contenta, habrá un sentimiento de superioridad no necesariamente del país sobre el resto, pero sí del fútbol del país sobre el fútbol del resto, muchos lo tomarán como un triunfo personal aunque no tengan nada que ver, el país se cubrirá de videos, pósters y otra parafernalia referida al campeonato, se analizarán durante años los pormenores, las imágenes de los goles se pasarán todo el tiempo, se justificará todo lo hecho antes y durante el torneo, los protagonistas del campeonato tendrán grandes honores, quienes se cuelguen de los protagonistas gozarán del rédito de haberlo hecho y desde toda clase de sectores intentarán pegarse al fervor del éxito.
En cambio, si se da la opción B de la derrota, habrá un profundo malestar, los que se colgaban de los protagonistas saldrán volando como palomas cuando se acerca un auto, se buscará toda clase de culpables, mucha gente se enojará por decisiones mal hechas, se inventarán conspiraciones anti-Argentinas, se hablará de “duro golpe” y “pérdida de ilusión”, las carreras de algunos protagonistas correrán peligro y se asumirá que todo lo hecho hasta el momento de la eliminación (e incluso después) estuvo mal concebido y se pedirá que los responsables paguen por haber decepcionado al pueblo argentino.
Es decir, en todos los casos se producirá una importante exageración.Unos pocos equilibrados sabrán que su vida, su felicidad y sus ganas de vivir no dependen de un resultado futbolístico. Varios de ellos tal vez estarán interesados en ese resultado y, sobre todo, en las circunstancias que llevan a ese resultado. Es decir, en el fútbol. Y, para poder acceder a eso, tendrán que bancarse toda la parafernalia de alrededor.
Los que busquen fútbol tendrán que escalar montañas de sanata, mentira, exageración, manipulación, basura, luchas de poder, bajadas de línea, publicidad, apelaciones imperativas, nacionalismo, estupidez, fuegos artificiales, violencia verbal, violencia física, falacias y contradicciones. Deberán reponerse a todos esos obstáculos para, si después siguen teniendo ganas, disfrutar (o no) del juego.
De este modo, quedarán pocos sanos. Los que realmente tengan ganas de ver fútbol se desanimarán rápido. O sucumbirán al entorno y dejarán de lado la modesta aspiración de disfrutar del deporte. Quedarán los que en lugar de fútbol quieren triunfo. Los que le dan una importancia tan exagerada al deporte que su vida es marcada por el resultado de un torneo. Los que les importa tanto el fútbol que no se dan cuenta de que les dejó de importar, y se metieron sin querer en una secta en la cual parece estar inmersa toda la sociedad.
Y, en general, una vez que entran, es demasiado tarde. No salen más.
(Escrito por Nicolás Di Candia, en La Redó, y sugerido por el amigo Gustavo Arballo, un fan del anti-mediocampismo).
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