jueves, 1 de abril de 2010

Contra los lugares comunes

Dice un comentarista de este blog que los que votaron en la encuesta a favor de los “defensores aguerridos que cada tanto se hacen echar” son bilardistas. Él, en cambio, se inclinó por el "talentoso lagunero”.
La sentencia es un disparador para un debate, tratando de salir de los lugares comunes y los prejuicios. ¿Cuál es la razón –pero eso: la razón– que permite interpretar que el “bilardismo” es una escuela futbolera orientada a la destrucción, que privilegia lo aguerrido y defensivo por sobre otras herramientas?
(Antes que nada, una aclaración: si así fuera, tampoco estaría mal. No es un pecado defenderse, no es un defecto futbolero –sino una virtud– ser aguerrido y ni siquiera es impugnable la “destrucción” –bien entendida, claro está– en un juego/deporte donde para crear es imprescindible robarle al otro la herramienta de trabajo –la pelota–).
Pero el asunto es otro:
¿realmente puede catalogarse al “bilardismo” con esos calificativos que el sentido común le ha impuesto, independientemente de las pruebas y la historia?
¿Qué es el “bilardismo”? ¿Es el mito de los alfileres –de cuando Bilardo jugaba, no cuando dirigía– o es el Estudiantes de La Plata campeón argentino que disputaba inolvidables clásicos –sí, en ese momento eran clásicos– con Independiente y regaba la cancha con un fútbol vistoso?
¿Por qué el lugar común tiende a hacernos decir que el “bilardista” privilegiaría los defensores aguerridos que a veces se hacen echar en lugar de los talentosos laguneros, o incluso de los goleadores morfones o los arqueros que se comen goles boludos?
Alejandro Sabella, Juan Manuel Ponce y Marcelo Trobbiani compartieron un mediocampo bilardista. Sí, todos juntos. Hoy es poco menos que impensado ubicar 3 jugadores de ese estilo y esas características en un equipo argentino (podría animarse el Barcelona). Pero está claro que ninguno de los 3 es un defensor aguerrido. Y sí son, más bien, talentosos laguneros (¿será que nuestro amigo que votó por los talentosos laguneros es, entonces, "bilardista"?).
Alguien podrá recordar, en afán de demostrar que “el bilardismo” apuesta a los aguerridos defensores, la patada de Julián Camino –bilardista de pura cepa– en las eliminatorias del ’86, contra Franco Navarro, de Perú; o mencionar al hilo algunos otros zagueros con cara de pocos amigos, cuerpos grandotes y plancha fácil.
Pero no sólo los equipos de Bilardo han tenido defensores atildados en el manejo de la pelota –además de inteligentes– sino que todos los equipos de todos los técnicos alguna vez pusieron un ropero con pinta de picapiedras para ahuyentar problemas.
El Tata Brown, bilardista si los hay, no era precisamente un burro, y fue más bien un defensor que se caracterizó por su excelente pegada y su llegada al gol (entre otras cosas).
Del otro lado, el “menottista” –escuela futbolera a la que el lugar común aleja de los zagueros hoscos– su máximo exponente, obviamente César Luis, fue un enamorado del Nicolás “El Pipa” Higuían, que saltó a la fama en Boca por la cantidad de foules cometidos y tarjetas acumuladas, no por las gambetas o sombreros que tiró en el área.
Desde los prejuicios y los lugares comunes, la historia oficial recuerda con particular memoria que Menotti fue algo así como quien descubrió a Musladini –un defensor elegantísimo, de manejos primorosos incluso en su propia área, que adornaba las jugadas con su minuciosa zurda, pero que así y todo terminó siendo más una promesa que una realidad– pero se olvida que al Gran César tanto le gustó Higuían que se lo llevó de Boca a River, la casa del paladar negro. Y ni hablemos de otro tabú: a Menotti le encantaba Enrique Hrabina, aquel Vikingo de Boca que le pegaba con un fierro, tanto a la pelota como al wing derecho rival.
Por otra parte, ¿no sería la escuela “bilardista” la que más censuraría al defensor (o volante, o delantero) que se hace echar? ¿No es una escuela fundada en prever todo lo que pueda ser previsto y prepararse para todo lo que uno pueda prepararse la que consideraría más dañino y más dañoso que un tipo se haga echar, ya sea por pegar patadas, por gritar un gol desaforadamente o por protestar de más?
¿No le pasaría a una escuela más basada en la “espontaneidad”, o en la “dinámica de lo impensado” lo contrario? Si los lugares comunes y los prejuicios fueran ciertos, ¿no sería más comprensiva la escuela menottista con un aguerrido que se hace expulsar: no entendería mejor el asunto de las mil pulsaciones, la cuestión emocional, las ansias del ser; en contra de la supuesta obsesión bilardiana por convertir a los jugadores en máquinas y en exigirles una transformación que mitigue sus manías humanas?
La única verdad –que es la realidad– es que en cada defensor, como en cada jugador, reinan un poco de las dos cosas, y cuanto más de cada una mejor: el afán por quitarle la pelota al otro, por entorpecerle la llegada al arco, por llenarle de obstáculos su carrera y hacerle la vida imposible; pero también el esmero por dársela redonda al compañero, salir jugando para que la pelota no vuelva enseguida a ser del enemigo y –cuando se puede, cuando se debe– llegar al área de enfrente a sorprender a los colegas.
¿Qué diríamos, si no, de Daniel Passarella? ¿No era, acaso, un defensor aguerrido? ¿No era, acaso, un talentoso?
Claro, fue las dos cosas: un tipo con una pegada fenomenal, una inteligencia envidiable, un maestro en el cambio de frente pero también en el mano a mano sin la pelota… Tenía las 4 cosas que puede tener un jugador de fútbol: un estado físico espectacular (saltaba como pocos, no era más lento que nadie, tenía una potencia extraordinaria), una técnica sobresaliente (le pegaba con la zurda y cabezaba como nadie), un estado anímico ideal (personalidad avasallante y ganadora, que ejerce influencia positiva sobre sus compañeros y miedo sobre los rivales, que lo hace sentir seguro de sí mismo) y una inteligencia táctica al mismo nivel (conciencia de sus limitaciones, pero también de sus virtudes; además de una capacidad innata, pero también entrenada, para distribuir compañeros en la cancha, seleccionar momentos de un partido, sugerir pausas y propiciar vértigo de acuerdo a las circunstancias).
¿Y Pasarella qué era? ¿Era bilardista, era menottista o qué? Passarella era, como el de la encuesta, un aguerrido defensor al que cada tanto expulsaban. No era menottista, no era bilardista. Passarella era un crak.

5 comentarios:

Jás dijo...

Passarella "cabeceaba". Pero además, creo que es -junto a Kempes- el prototipo de un jugador "menottista". Muy bueno el ensayo.

Juan Pablo Gavazza dijo...

La idea con el ejemplo de Passarella era establecer que es un crack. Y que los jugadores no son "bilardistas" o "menottistas", sino buenos o malos. O muy malos y muy buenos. Passarella era de los mejores, claro. ¿De veras fue el prototipo de jugador "menottista"? ¿Por qué? ¿Tan "ofensivo", por ejemplo, nos parecía Passarella como DT? ¿Cómo se compadece la insistencia del "menottismo" en las libertades al jugador, el libre albedrío, con esa manía por cortales el pelo a todos? Más que menottista, Passarella era/es passarellista. Y está bien que así sea.

Jás dijo...

Estoy hablando del jugador; como técnico es otra historia. Y me parece que -muchas veces- los técnicos se "traicionan" a sí mismos cuando llegan a ponerse el buzo de DT. Un ejemplo es Maradona. A lo que voy: Passarella como técnico (y como bien señalás vos) es más "defensivo" que "ofensivo" al contrario de lo que él mismo era como jugador. Habría que fijarse en alguna estadística, pero así nomás al boleo te digo que es uno de los defensores argentinos que más goles ha convertido. Y acá voy con el "menottismo" de Passarella como jugador. Que fue un crack calculo que no habrá nadie que lo discuta; es directamente ridículo. Te pongo un caso que vale como ejemplo inverso: Palermo es un excelente defensor, porque puede adaptar una cualidad que posee como goleador (el cabezazo) para proteger a su propio arco. Bueno, con Passarella pasa lo mismo, pero en el área de enfrente. Me parece que el tipo hasta cuando le pegaba de punta y para arriba (en caso que alguna vez lo haya hecho) estaba pensando más en el arco de enfrente que en alejar el peligro del propio. Te mando un saludo y una felicitación por esta idea de la página que agregaron al querido Fisgón.

De chanfle dijo...

Definir un estilo no se hace por las excepciones. Bilardo cuando tuvo que elegir, eligió a Garre, a Monzón, a Dezotti. Claro que también tenía a Maradona (¿lo eligió?), a Caniggia, a Olarticoechea...
Pero también hay que analizar el momento histórico. El Estudiantes de Bilardo era un equipazo, más por los jugadores que por Bilardo. Faltó nombrar a Russo, a Lemme. Eso eran los jugadores.
Y todavía Bilardo no se había delirado con las cosas con las que vino después.
Además bilardismo es también lo que hacía Bilardo en su época de jugador: asqueroso, utilizar las alfileres. No es todo vale.

Juan Pablo Gavazza dijo...

¿Cómo es que el último de los comentarios afirma tan suelto de cuerpo que "Bilardo eligió a Monzón" pero se duda de que eligió a Maradona? Bilardo no sólo eligió a Maradona, sino que lo designó capitán cuando nadie se atrevía entonces a quitarle la cinta a Passarrella -que también merecida la tenía-, pero además lo rodeó de un equipazo. ¿O deberíamos creer, entonces, que también fueron "excepciones" el Checho Batista, o el Negro Enrique, Burruchaga, por ejemplo? Garré quedó estigmatizado y cualquiera que lo haya visto jugar en su época de Ferro sabe que, lejos de ser un burro, era un jugador que se destacaba, que sabía con la pelota y que poseía una pegada envidiable. En la Selección del '86 estuvieron también Claudio Borghi, Jorge Valdano, Marcelo Trobbiani, Carlos Tapia, Bochini, Almirón... ¿son picapiedras?