Ningún futbolista es una isla. Y Messi se apoya en sus compañeros. Es un solista para concierto de orquesta. Explota las posibilidades de un juego colectivo, a veces para coronarlo individualmente. Pero no es alguien enredado en su propio partido como muchos regateadores míticos que se parecen a los actores que hacen tal despliegue de facultades de manera autónoma a la historia y al resto del reparto que se les llama envenenadores de pozos porque, tras beber ellos, el agua ya no es potable. Messi permite que la jugada aún crezca tras pasar por él. Precisamente, el gran enigma sobre el futuro de Messi pende de la selección argentina en el próximo Mundial. La irritante incapacidad de ese equipo para tocar una partitura coherente convierte a un superdotado concertino en un ser triste y cabizbajo que arrastra además la sospecha injusta de todo un país.
No hay comentarios:
Publicar un comentario