domingo, 4 de abril de 2010

Con la camiseta puesta

¿Cuándo habrá comenzado esa manía, que contagió a enormes mayorías de jugadores dispuestos a quedarse desnudos en medio de la celebración? Ese es el asunto: los tipos que se sacan la camiseta para gritar un gol.
No es el más ridículo ni el más molesto de los festejos, ahora que los futbolistas son entusiastas protagonistas de telenovelones futboleros en formato de programas deportivos. Pero sí es curioso que se haya universalizado de semejante modo una conducta que, incluso literalmente, encierra la intención exactamente opuesta a la que cualquier enamorado de su club se propone.
Es decir: si los hinchas daríamos la vida por aquel que demuestra a cada paso que "tiene la camiseta puesta", ¿cómo es que a alguien se le ocurrió exactamente el acto contrario -sacarse la camiseta- para demostrar euforia y felicidad en el orgásmico momento de la conquista? Me gustaría hacer una encuesta de largo alcance respecto de qué siente cada hincha cuando uno de los suyos

se quita el trapo. Pero más allá del repudio o el respaldo que esa metodología pueda tener, ¿cómo habrá nacido y por qué permenece?
Es decir... un inicio -con las correspondientes licencias creativas- todos nos podemos imaginar: algún goleador con las bolas un poco hinchadas (por lo que fuera: porque lo puteaban sus propios hinchas, porque se había comido muchos goles en ese partido o porque el referí lo había tomado de punto) llega al fin a romper la red y se desahoga de ese modo, quizá en el último minuto de un partido cualunque pero que para él significaba demasiado.
Sacarse la camiseta bien puede ser interpretado -en esa circunstancia- como revolear la mufa para otro lado, o un acto descontrolado que termina en la desnudez, una repentina locura sacudidora, en fin...
A partir de ahí, se supone -podemos suponer- que ese gesto empezó a ser copiado. Y que en algún momento lo imitió alguien de tanta trascendencia o ascendencia que se popularizó hasta llegar a esta actualidad en que la obsesión por sacarse la camiseta se ha desparramado por todas las latitudes y sirve tanto para festejar un empate por la Copa Libertadores de América como un 8 a 1 en el Solteros contra Casados.
¿Por qué, por qué, por qué?
¿Por qué se sigue repitiendo esa forma de festejo, qué carajos se propone el que concreta ese acto?
Exceptuemos los ejemplos mercantilistas de tipos que se sacan la camiseta para mostrar que abajo tienen otra con una firma comercial; exceptuemos también a quienes pretenden lavar culpas familiares y entonces debajo de la casaca del club se ponen otra en la que dedican su gol a una hermana a la que no le regalaron nada para el cumpleaños; o a una novia despechada...
Pero en la generalidad de las situaciones, ¿de qué se trata?
¿Es, acaso, una intención de imitar a los aguantadores tribuneros que pueden pasar horas revoleando sus remeras o camisas por sobre la cabeza?
¿Es, quizá, una forma de sentirse en la tribuna, de asemejarse a los hinchas?
¿Es, como en el caso de Cristiano Ronaldo, nada más que para mostrar la musculatura y el trabajo de abdominales?
¿Será que les agarra calor por semejante emoción?
¿O es, simplemente, sumarse a una moda porque sí, porque todos lo hacen y por qué yo no?
Siempre me hice el planteo y, aunque tengo un recuerdo del Mellizo Guillermo gritando un gol que valía mucho la pena con la camiseta por los aires, más bien es una actitud que despierta cierto enojo. Porque de tan repetida, la escena se vuelve poco creíble y se asemeja a una sobreactuación.
¿Pero qué se sobreactúa exactamente: amor, pasión, locura, enojo, revanchismo?
Porque además, ni siquiera es que en una carrera lisérgica el goleador pierde noción de su lugar en el mundo y termina arrojando esa camiseta a algún hincha. No, nada de eso. Después de la corrida no tan memorable el tipo se pone otra vez la pilcha (si tuviera un espejo a mano miraría si queda lo suficientemente elegante), se acomoda el pelito y sigue como si tal cosa...
Y frente a él, claro está, el árbitro. Porque -y como lo señalan las magistrales líneas que Hugo Asch escribió en las últimas horas, y que me impulsaron a estos recuerdos sobre los tipos que se sacan la camiseta- no hay que olvidar que esa decisión de quitarse la casaca implica para el nudista una tarjeta amarilla. Que bien puede reportar la expulsión, y porqué no la definición de un partido. Ha habido casos, así que no estoy exagerando. Escribió textualmente Asch, con maestría puteadora:
  • El caso de los jugadores que son amonestados por quitarse la camiseta en un festejo ya es de psiquiátrico. La excusa de las mil pulsaciones por minuto queda descalificada en cuanto uno ve, absorto, esas ridículas coreografías grupales que, en muchos casos, salen mejor que las jugadas de pelota parada. Si hay tiempo para esas mariconadas, muchachos, también debería haberlo como para evitar ser tan notoriamente pelotudo, dicho esto con todo respeto. Amén.
Entonces, ¿qué cosa tan importante se esconde detrás de ese acto?

Estamos lejos de una respuesta a las existenciales dudas que acuden sobre la humanidad de cualquier futbolero de ley que se pone a pensar seriamente sobre el tema: ¿por qué se sacan la camiseta para gritar el gol?
Tantas dudas genera una cosa así que uno termina con ganas de convencerse de que, en realidad, se quitan la camiseta para hacerse sacar una amarilla... Porque de lo contrario no se entiende.
Si habremos imaginado todos ese mágico momento... si habremos soñado -dormidos y despiertos- con la cancha llena; si nos habremos ilusionado con la pelota que viene en el aire, el modo en que la impactamos y cómo la redonda, en medio de la ovación de la soleada tarde dominguera infla la red...
Y nosotros gritamos el gol hasta que se nos hincha la vena del cuello, corremos desaforados por el verde césped, nos comemos con los ojos la euforia de la tribuna, se nos infla el pecho de tanto amor, y... ¿qué hacemos, para coronar ese festejo jugando para el club de nuestros amores?
Mandamos las manos, vibrantes e inquietas, a agarrar el trapo; y las manos se apoderan, firmes, de la casaca; y llevan los colores hasta la mismísima boca. Y besamos la camiseta.
Para gritar el gol de nuestras vidas besamos la camiseta. Pero no nos sacamos la camiseta. Y si hay que morir, en ese instante, o en otro, morimos. Pero con la camiseta puesta.

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