El fútbol es un negocio.
El fútbol es una mafia.
El fútbol es un circo.
El fútbol es el opio de los pueblos.
El fútbol es la continuación de la política por otros medios.
(Y todo lo que quieras...).
Pero el fútbol es un juego fantástico.
El pasaje de Uruguay a las semifinales del Mundial se dio de un modo impensado, sobre todo para un partido protagonizado por dos equipos claramente inferiores a los otros que aún quedan con vida en la competencia.
El fútbol nunca es lo que parece, y eso es lo que lo hace tan hermoso.
Cuando se iba el primer tiempo, el 0 a 0 estaba cantado. Pero nada es lo que parece: Ghana se encontró con una victoria parcial impensada con un tiro desde lejos de Muntari. Cualquier hubiera dicho que ese golpe sicológico, sumado a la lesión del líder Lugano, podía voltear a Uruguay.
Pero... ¿hace falta volver a decirlo?
En el complemento lo empató Forlán, en un tiro libre en el que falló Kingson, el que había sido tal vez el mejor arquero del Mundial.
Pero... ¿hace falta volver a decirlo?
En el complemento lo empató Forlán, en un tiro libre en el que falló Kingson, el que había sido tal vez el mejor arquero del Mundial.
Después todo fue monótono. Poco y nada. Parecía -en el fútbol siempre parece, pero no es- que iban a pactar tácitamente la igualdad en el alargue. Y en el segundo final, a la salida de una falta tonta cometida por la defensa uruguaya, un tiro libre cambió el rumbo de la historia.
Hubo una serie de rebotes afortunados, la Jabulani se enloqueció, el arquero Muslera salió a no se sabe dónde, Luis Suárez la sacó una vez en la línea cuando estaba el 2-1 de Ghana y cuando la pelota se metía otra vez el mismo Luis Suárez -delantero estrella del equipo uruguayo- se mandó una atajada (o más bien un bloqueo voleibolístico) que le valió la roja. Fue penal para los africanos, exactamente en el ultimísimo segundo del alargue.
Parecía que Ghana ganaba. Pero nunca es lo que parece.
Asamoah Gyan, que en este mismo Mundial ya había demostrado su eficiencia en los penales... lo tiró mal. La pelota besó el travesaño y se fue.
Y entonces todo cambió, porque nunca es lo que parece: la jugada que tanto parecía beneficiar a Ghana, la que dejaba el partido en sus manos -a partir de las manos de Suárez- se le volvió en contra. La impotencia pegó duro sobre los africanos y las manos de Suárez fueron, para los orientales, las de Dios.
Llegaron los penales.
¿Y quién pateó el primero de Ghana? Asamoah Gyan. Con la mochila de su fallo anterior, deprimido por la gloria que no fue, todo indicaba que podía regalar su penal. Pero nada es lo que parece: hizo un golazo y la serie siguió su curso.
Las manos de Muslera, al final, fueron para Uruguay otras manos de Dios: atajó un par, disimuló el que falló su equipo y permitió que el Loco Abreu definiera el pleito muy a su manera. Cuando se paró frente a la pelota, empezaron las apuestas: la pica, sí, la pica... parece que la va a picar, pero como nada es lo que parece... seguro que no la pica. Parece que no la pica... Y la picó el Loco, nomás, que por algo así le dicen.
Uruguay ya está en semifinales, gracias a su coraje, su pelea en el medio, los chispazos de Forlán y de Suárez. Después, luce como un equipo batallador pero cansado, quizá capaz para rebuscárselas en la pelea, pero con escaso talento y creatividad si se trata de ir a buscarlo, y sobre todo contra rivales más fornidos.
A simple vista, Uruguay es lo que hay: es menos que Holanda, que España, que Brasil, que Alemania, que Argentina... Encima ahora no tiene a Suárez, su niña bonita; y hasta puede quedarse sin el lesionado Lugano, caudillo, capitán y empeñoso zaguero central.
La Celeste, decididamente, parece mucho menos que los otros. Pero cuidado: en el fútbol -ese juego fantástico- nada es lo que parece.
Foto: Perfil
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