viernes, 26 de marzo de 2010

Paz y amor, loco...

Los hinchas de Boca tenemos la costumbre de ser muy guachos con los arqueros de nuestro propio equipo: los cagamos bastante a puteadas. A veces justas, a veces injustas. Y a veces, la verdad, son demasiado pocas. Ese comportamiento puede ser una consecuencia de la cantidad de grandes cuidapalos que a lo largo de la historia hemos tenido. Y entonces somos pretenciosos, a veces en exceso. Es, también, una característica

extendida probablemente en todo el mundo, desde el mismo instante en que -sabemos- el puesto de arquero está destinado a los boludos, según la máxima maradoniana que desde ya tiene algunas excepciones.
Pero el punto aquí es otro: tal vez uno de los arqueros de Boca más puteados por sus propios hinchas -al menos si se hace un promedio de cantidad de puteadas recibidas por minutos jugados- haya sido Sandro Guzmán.
Tuvo la mala suerte de caer en una época xeneize de bastantes problemas, antes de que llegaran los magistrales gerenciamientos de Carlos Bianchi. Los DT tampoco ayudaron mucho con las diletancias y dudas que fueron poniendo en evidencia y que llegaron al colmo de hacer jugar a un arquero distinto en cada partido, como para ir probando. ¡En Boca! Sí, en Boca...
Bueno... El asunto es que Sandro Guzmán quedó crucificado como uno de los peores. Porque -seamos sinceros- tampoco lo ayudaba la cara. O más que la cara, los gestos que elegía para lamentarse, esa tristeza insípida, la mirada perdida a lo lejos, los hombros caídos como si tratara de confirmar que no habría posibilidad alguna de reacción.
Incluso sus movimientos y poses para festejar ya lo estaban condenando. Recuerdo, por ejemplo, el modo en que celebró -eufórico, desencajado, desubicado- una goleada contra Huracán, en la Bombonera, que a Boca no le servía para nada porque ya había entregado la chance de pelear el campeonato con moño y todo. "De este arco no me sacan ni muerto", dijo después. En esos gestos también se adivina para qué está cada uno: si alguien festeja tanto pero tanto tanto un partidito que en realidad no vale un pito, seguro no estará para cosas mayores. Y Sandro Guzmán -con esas pantomimas- ya estaba dando claras señales de quién era, de qué era...
Terminó en Boca como no había otro modo de que terminara: su rostro pálido ocupa varios minutos en los archivos de los grandes clásicos (estaba en el arco el día en que Boca le ganaba 3-0 a River en el Monumental y terminó empatando y casi perdiendo). Pero pocos rememorarán que de tan mal que andaba, ya en el '97, el Bambino Veira lo sacó en un entretiempo contra el Deportivo Español: en los primeros 45 minutos Guzmán hizo desastres a lo pavote y batió el récord Guiness en la generación de esos murmullos tan insidiosos que en la Bombonera resuenan como en ningún otro lado... No volvió más.
Pasado el tiempo uno se entera de quién es y qué hace hoy Sandro Guzmán. Y no sabés si reproducir en estéreo todas aquellas puteadas o, por el contrario, disculparle todas y cada una de sus macanas y colgarle un pasacalles que diga "Perdón Sandro".
Convertido al rastafarismo -en serio, al rastafarismo- Guzmán es ahora una suerte de volador, pero no como arquero, sino como DJ y otras zonas fronterizas con la producción musical. Se ve que de a poco -o no tan de a poco, probablemente- se fue convenciendo de que el fútbol no era lo suyo.
Pasó por All Boys de Floresta, por Atlético Tucumán y por Argentino de Quilmes -en este caso, sin jugar ni un minuto- y enfocó para otro lado: es una suerte de cantante de reggae que reniega del "materialismo" del fútbol -entre otros materialismos- desde "Jah Sandro" y "12 Tribus de Israel", las bandas que bautizó. En este último caso, a dúo con Jorge Huber, están a punto de sacar el disco debut "Rasta Universal".
Pero mucho más allá de la música, Sandro Guzmán apuesta al rastafarismo como estilo y modo de vida para gambetear las pestes del mundo actual y valorar lo espiritual. Sueña con Jamaica, es adorador de Bob Marley y se cuida tanto en las comidas y las bebidas que -según le contó a la revista Un Caño- está "físicamente mejor ahora que cuando jugaba".
Claro, sí, eso se entiende... tampoco era demasiado esfuerzo...

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