¿Qué dirá en estas horas Fernando Niembro? Me encantaría escucharlo, pero tampoco me da para tanto el estómago: no lo voy a andar buscando por radios y canales para ver qué ensayo ensaya ahora, de qué modo manipula el lenguaje para arriar agua a su molino.
De lo que no me olvido es de lo que Niembro dijo en el verano del pobre Funes Mori -que encima se llama Rogelio-, ese delantero que juega en la primera de River ni siquiera por milagro, sino porque por lo visto ya no hay nadie a la altura de las circunstancias que luzca la camiseta que llevaron -digo, por decir- el chileno Salas o el uruguayo Francescoli. En la noche de verano en que
apareció Funes Mori contra Boca, Fernando Niembro lo describió como si fuera un pichón de Van Basten.
Escupió tanto elogio vacío, tanto halago meloso... Funes Mori hizo un gol esa noche. Fue en orsai, pero Niembro y tantos otros se hicieron los pelotudos, porque quedaba bárbaro decir que River había encontrado el goleador que necesitaba, el reemplazante del Ogro Fabbiani.
Cuando suceden esas cosas con los periodistas deportivos uno no tiene más remedio que preguntarse si desembuchan tanta pavada porque realmente son pelotudos, o si en realidad tienen intereses creados y son -por decir- dueños de un porcentaje del pase de -por decir- Funes Mori.
Funes Mori no tiene la culpa de nada, pobre... Es apenas un jugador que está apareciendo, un jugador que -la verdad- parece del montón. Pero eso no le quita su dignidad, ni su honestidad: hace lo que puede, seguramente.
Hizo lo que pudo esta tarde en la Bombonera, frente a Boca (0-2), y demostró no sólo que hizo divisiones inferiores en el Dallas de Estados Unidos, sino qué es lo que más o menos puede esperarse de él: frente a uno de los peores Boca de la historia, frente a la defensa más floja que haya tenido en el milenio, tuvo dos mano a mano de esos que definen el partido.
En el primero, Funes Mori le alcanzó la pelota al arquero Javier García, que tuvo una rápida reacción, sí, todo lo que quieras... pero Funes Mori le dio una masita. Después le cayó como del cielo una pelota en el área chica. Era gol. No había chance de que no lo fuera. Tardó lo que tardan en llegar la Memoria, la Verdad y la Justicia. Tanto tardó que hasta Bonilla -me parece que ya desgarrado- alcanzó a taparle el tiro. Y la repetición en la tele desnudó, buchona, los problemas que Funes Mori tiene para manejar la pelota: le rebotó como 5 veces en distintos puntos de una misma pierna antes de poder acomodarse (que nunca se acomodó).
Bueno... ¿qué habrá dicho hoy, qué dirá mañana Fernando Niembro?
Dirá que Funes Mori es malo, que no puede juegar en la primera de River, que no está a la altura de las circunstancias, que le pesó el partido... No dirá -claro- que él es un exagerado que para vender humo dijo hace nada más que un par de meses que era una especie de resurrección de Angelito Labruna o de Bernabé Ferreyra.
En aquel partido del verano en que el ídolo de Niembro le hizo su gol a Boca (en orsai, pero no importa; en un partidito de verano, pero tampoco), el delantero ya demostró lo que era: falló en los mano a mano, quedó mil veces en posición adelantada, no desequilibró individualmente. Funes Mori ya era, esa noche, Funes Mori. Pero tuvo suerte: lo ayudaron un fallo arbitral, un resultado y un par de periodistas rimbombantes. Si esa noche Funes Mori hubiera sido Palermo, Boca perdía por goleada.
Pero no es Funes Mori el tema, pobre Funes Mori que al final debe estar dolido con el resultado del clásico, sino esa urgencia por encontrar figuras, esa premura para detectar cracks que no lo son, esa histeria por condecorar tipos mediocres.
Ese fernandoniembrismo instalado y difundido porque, encima, bastante gratis sale. En el país donde la Memoria, la Verdad y la Justicia tardan más que Funes Mori en definir un mano a mano, gana por goleada el olvido.
Debe haber pocos tarados como yo que hoy -casi a modo de venganza- se acuerden de las estupideces que esa noche de verano tuvo que escuchar en la boca de Niembro, cuando Funes Mori era el Potro Funes... ¡Andáaaaaa!
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