lunes, 10 de mayo de 2010

Replay


Todos con el culo atrás, prolijamente metidos contra el área. Un técnico al borde del infarto, desesperado, dando indicaciones entre gritos e histrionismos. Un par de cambios sobre la hora, de esos que se hacen con el exclusivo objetivo de que pasen los minutos. Había que defender la ventaja, porque los 3 goles ya conseguidos valían oro. Defensores reventándola alto, fuerte y lejos, a la tribuna. El capitán pateando para adelante, aunque no esté en juego, sólo para conseguir el bien más preciado en ese instante: que pasen los minutos, que se termine el partido. La hora, la hora, la hora. Fútbol feo, si se quiere. Defensivo. Con uñas y dientes, colgados del travesaño.
¿Creen ustedes que es la descripción de lo que hizo el Inter contra el Barcelona en la semi de la Chmapions?
Sí, puede ser, pero es lo mismo que hizo el Barcelona contra el Sevilla, con tal de llevarse ese 3 a 2 (el mismo resultado que la serie contra el Inter, aunque al revés) que lo deja a las puertas del título de la Liga Española.
El propio Barcelona, con esa demostración de utilitarismo y pragmatismo, volteó de un plumazo las teorías principistas que sus supuestos fanáticos echaron a rodar desde que le tocó morder el polvo de la derrota contra ese muro defensivo que conformaron Julio César, Maicon, Lucio, Samuel, Zanetti y el resto de sus compañeros.
Los mentados principios se vinieron a pique, porque en realidad no son -nunca pueden serlo- tan terminantes. Hay momentos en que -en el fútbol, que es un juego completísimo, cambiante, dinámico, que premia muchas virtudes y castiga muchos defectos- hay que hacer otra cosa, porque no alcanza con las gambetas de Messi, ni con los toques de Xavi.
Demostrado está, aún contra el tan pequeño Sevilla, que lo importante no es tanto qué se hace, sino cómo se lo hace: bien o mal. Y el mejor es aquel que consigue hacer bien un mayor número de cosas...
El Inter se defendió maravillosamente contra Barcelona en la semifinal de la Champions. Hizo lo que dicen todos los manuales de la defensa: no dejó espacios, mostró solidaridad e inteligencia, tuvo para ello futbolistas dotados técnica, física y anímicamente.
Pero ese día la moralina le cayó encima, poniendo como ejemplo a seguir el más simpático que puede haber: un rival derrotado que ha pasado a la historia por el llamado "buen fútbol".
Hoy, contra el modesto Sevilla, ese mismo Barcelona de las majestuosidades y cortesías necesitó de otra cosa y no se puso colorado. Los modos son secundarios, parecieron aceptar. Los estilos a veces se toman un descanso: los muchachos de Guardiola le pegaron de punta y para arriba, apelaron a la picardía catalana, hicieron tiempo hasta que no quedó segundo vivo, se apiñaron en el área para soportar los últimos centros.
Y nadie les va a decir que hicieron trampa. Eso sí: es probable que Mourinho (foto), donde quiera que esté, haya dado otra carrera de festejo, sintiendo que le dieron la razón...

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