“Los partidos de fútbol –y los campeonatos también– no son una cuenta de suma o resta, ni siquiera la raíz cuadrada de nada que se pueda calcular; no son un silogismo, el lógico resultado de premisas ilevantables; no son un fenómeno que responda a ningún tipo de legalidad física o meteorológica; los partidos de fútbol son –todos y cada uno– buena historia original que se escribe, un relato que se desarrolla ante nosotros. Así, no son ni verdaderos ni falsos, ni justos ni injustos, ni lógicos ni ilógicos”, dice Juan Sasturain en un pasaje de su nuevo libro, "La patria transpirada. Argentina en los Mundiales".
Lo presentó ahora, nomás, en la feria de Buenos Aires. No leí, claro, pero ya le estoy discutiendo. Porque Sasturain, por ejemplo, no sólo cuenta que el seleccionado argentino que llegó a la final del '90 era "mezquino, miserable y especulador", sino que además sintió "vergüenza haber llegado adonde llegamos".
No es mi caso, claro: yo sentí alegría. Y puede que fuera un equipo especulador -término que tratándose de fútbol puede ser tanto un defecto como una virtud-, pero de ningún modo miserable. En todo caso, ese equipo tenía grandezas que algunos no alcanzaron a ver. Porque -eso hay que admitirlo- también es todo un logro encontrar grandezas en tipos (futbolistas, digo) como Pedro Monzón, Néstor Lorenzo, aquel desmejorado Gabriel Calderón, el alicaído Galgo Dezotti o el Abel Balbo que corría desubicado en todos los rincones de la cancha. Pero bueno, no faltará tiempo para rememorar aquellos días de alegría (y también de dolor por aquellas lágrimas del Diego, pero nunca de vergüenza)...
El asunto es que Sasturain tiene libro nuevo y seguro vale la pena. La presentación formal, como se estila en estos casos, se hizo con una suerte de entrevista pública que le hizo Juan Pablo Varsky.
Sasturain aprovechó entonces para insistir en algunos de sus conceptos: por ejemplo, que los ciclos en la vida del hombre se miden en períodos cuatrianuales (obviamente, el que va de un Mundial a otro).
Este hombre describe la corrida de Burruchaga en el '86, cuando Toni Schumacher se le venía encima antes del definitivo 3-2 contra Alemania en la final, como una "larga carrera contra la muerte".
También se mete con el Mundial '78, diciendo que lo festejó pero en la intimidad, sin sumarse a la gran fiesta. Recuerda el caso de Claudio Marangoni, que con un hermano desaparecido el día de la final estuvo en la cancha gritando los goles albicelestes. "Yo festejé y no me sentí manipulado; no celebré con los hijos de puta. Soy hincha de Boca y no soy hincha de Macri. ¿Qué tiene que ver? Los hijos de puta pasan, la camiseta no".
El libro, además, debe estar buenísimo porque su autor explica que lo escribe "sin ninguna autoridad, desde el único lugar del que puedo escribir, desde mi condición futbolera".
No hay comentarios:
Publicar un comentario