martes, 18 de mayo de 2010

Destinos atados

El 22 de junio de 1986 tuve un movimiento reflejo, instintivo, visceral. Sabía que algo estaba pasando.
En el momento en que el Diego hizo el gol de todos los tiempos, barrilete cósmico de qué planeta viniste, en lugar de fundirme en el abrazo eufórico con los que mirábamos el partido, aproveché la vitalidad de mi pubertad para pegar un pique hacia la mesa de luz de mi pieza.
Arrebatado agarré la radio, que ya estaba clavada en el dial correspondiente. Y la acerqué, a todo volumen, hacia donde reinaban los gritos desbocados de la pequeña multitud que en el living de Villa Alonso todavía se impresionaba por la maravilla del 10.
Escuchamos el llanto desgarrado de Víctor Hugo Morales y reunimos los dos milagros: la jugada de todos los tiempos quedó inmortalizada en ése, que fue el relato de todos los tiempos.
Ahora Víctor Hugo le cuenta a Felipe Pigna -vean el video completo, porque es una delicia- que esa jugada parecía destinada a ser lo que fue. No había razones para que Víctor Hugo arrancara el relato de esa peripecia, que comenzó en la media cancha y bien podía resultar una maniobra intrascendente, con una frase que fue casi protocolar: "arranca por la derecha el genio del fútbol mundial", dice Víctor Hugo sin ninguna necesidad, como si hubiera sabido que a continuación tendría lugar la magistral aventura del Diego.
Cuenta ahí mismo Víctor Hugo que el "barrilete cósmico" le surgió como metáfora de respuesta a los anti-maradonianos que en la previa lo castigaban, como bandera de la más castigada Selección de la historia, tratándolo de "barrillete" por su manía de cambiar de opinión.



Las suertes de Maradona y Víctor Hugo siempre parecieron unidas por un hilo. Cuando debutó en la Argentina, con el equipo de Sport 80 de Radio Mitre, Maradona pasó a Boca. Un combo especialísimo, repleto de tensiones y emociones, de colores y misterios, para una época ideal para la radio, claro, cuando no había tele en directo ni nada parecido.
El 22 de febrero del '81, y también me lo acuerdo de memoria, Víctor Hugo relató los dos primeros goles del Diego en Boca. Uno fue de penal, contra Talleres. Dijo Víctor Hugo que el Diego "la soltó como una lágrima" y que Chocolate Baley, el arquero, "disimulaba contra el otro palo juntando papelitos".
Creo que fue en el segundo gol de ese domingo, aunque a lo mejor fue en algún otro, que soltó una frase que aún hoy me pone la piel de gallina: "¡Qué lindo es levantarse de mañana en Buenos Aires si de tarde juega Maradona!", gritó Víctor Hugo. Daban ganas, justamente, de estar en Buenos Aires, de vivir en vivo y en directo ese cosquilleo de las tardes de la Boca, de ser parte de la carnavalesca y ansiosa espera de asistir a la magia de esos rulos saltarines sobre la Azul y Oro.
Víctor Hugo ya decía entonces que el Diego era el mejor del mundo: así, con todas las letras.
Y en una misma noche los dos se recibieron de lo mismo para mis sensaciones futoleras: no digo ídolos, porque queda feo, pero sí esos personajes a los que se les puede perdonar cualquier cosa, porque ya promovieron demasiada felicidad.
Fue una noche lluviosa en La Bombonera, una noche de otros tiempos. La radio, mi vecino el carnicero y yo éramos uno. Golpeábamos la pared para darnos fuerza cuando arrancaba el partido, la volvíamos a golpear cuando algo salía mal y repiqueteábamos sobre la misma superficie cuando había un motivo de alegría.
Esa noche casi tiramos el revoque.
Había que luchar, eso sí, contra los problemas tecnológicos: la radio era amplitud modulada (AM: sepan los pibes de esta hora que no todo fue siempre tan fácil) y sobre todo por las noches, o en los días de tormenta, las frecuencias se encimaban, se mezclaban, se perdían... Había que luchar con la antena y la paciencia.
Pero esa noche valió la pena. Boca pesteó a un gran River en el que estaban -si no exagero- Passarella, Tarantini, Merlo, el Beto Alonso, Jota Jota, Kempes, Ramón Díaz. Fue un 3 a 0 festivalero. Y el Diego y Víctor Hugo coronaron esa noche del mejor modo.
Al relator le quedó para casi siempre la imagen de supuesto hincha de Boca, aunque borró los prejuicios con su calidad, con su sabiduría y con su prestigio (tanto esfuerzo y tanto talento tuvo su premio: hoy, en mérito a sus virtudes, el Grupo Clarín comete la canallada de referirlo como "el locutor oficialista").
El asunto es que Cacho Córdoba arrancó la jugada y -tengo el relato en la memoria- permitió que se acomodara River antes de meter el contraataque. La descripción de ese momento histórico no sólo terminó con la inigualable metralleta de "tatatatatás" (un apócope, a la uruguaya, de "está, está, está, está"), sino con un ruego que me elevó a Víctor Hugo casi al mismo pedestal en que está el Diego: "que sea, que sea, que sea...", pidió sin eufemismos.
Y fue. Fillol se arrastraba por el piso barroso, los fotógrafos volaban para capturar el grito del Diego, la tribuna se venía abajo y mi vecino el carnicero y yo competíamos para ver cuál de los dos golpeaba más fuerte y más ligero la pared.
El Diego creció, todos crecimos, la radio perdió espacios frente al avance impiadoso de la tecnología, pero los destinos de Víctor Hugo y Maradona, los destinos nuestros, quedaron atados para siempre a esas historias, que en parte serán leyendas, pero que están llenas de lágrimas y cariños.
El Mundial que se viene, con Maradona como DT y con un Víctor Hugo que ahora decidió jugar partidos más importantes, como el que inició en favor de la Ley de Medios, será otro capítulo de esas historias paralelas. Y ojalá tenga una final feliz.

1 comentario:

Jás dijo...

Muy buena crónica, muy sentida pero a la vez muy bien escrita. Lo felicito Gavazza (por su memoria, también)